viernes, 2 de noviembre de 2018

La Opinión cuenta

La opinión cuenta
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       Imagen: Stoklib

                                                             
Me pregunto cuanta importancia damos a los que los demás piensan de nosotros y, lo más importante, si somos conscientes de ello. 


La mayoría responderemos que nosotros pasamos, que nos da igual lo que piensen los demás, que nos sentimos libres para hacer o decir aquello que nos venga en gana... Ahora bien, miremos dentro nuestro, miremos con atención y  honestidad y dejemos de engañarnos de una vez por todas. A todo el mundo en menor o mayor medida, le importa lo que las otras personas digan u opinen de nosotros. El punto de inflexión es como y cuanto nos condiciona ese pensamiento. 

Todos y todas de alguna forma buscamos la aprobación de los demás, encajar en el conjunto social y para ello es importante que se nos tenga una consideración, por lo tanto que estemos y nos sintamos cómodos con la opinión que los demás tengan de nosotros.


Si probamos de contestar a las siguientes cuestiones, encontramos:



  • ¿De donde parten nuestros malestares cuando dependemos en exceso de la opinión de los demás?
Dependemos de los demás porqué no se nos ensenó a fiarnos de nosotros mismos, no se nos dejó ensayar el acierto error sobre las cosas comunes y mundanas; se nos guió diciéndonos cuando sentarnos, cuando hablar, cuando pensar y cuando opinar. Llevado al extremo y sin dejarnos desarrollar nuestra intuición, aunque esa fuese errónea. Nos hemos convertido en dependientes de la opinión de los demás sin tener en cuenta la nuestra propia, sin fiarnos, perdiendo la confianza en nosotros mismos.

El malestar general se centra en la continua búsqueda de la felicidad, aquella a la que se nos ha obligado a buscar incansablemente. Si somos buenos ciudadanos, si acatamos leyes sin rechistar sean injustas o no, si seguimos los patrones marcados en todo lo que hacemos, si seguimos dietas de moda o compramos las emociones que nos intentan vender con los productos anunciados en televisión, si educamos según lo establecido, etc. pensamos que con ello vamos a encontrar la felicidad, se nos abre un abanico de posibilidades para no sobresalir y estar en paz dentro de un circulo cada vez más y más pequeño. Pero nos olvidamos que con quien hay que estar en paz es con nosotros mismos, haciendo lo que creemos justo, aunque la justicia institucional no nos acompañe en ello, sintiéndonos libres de equivocarnos sin temor, educando con el corazón y  no con lo que toca academicamente y por edades, escogiendo nuestro estilo de vida, aquel que nos satisface a nosotros, aquel que nos conviene y sin temor a perder nuestra reputación, sin miedo al que dirán.


Tomando estos pasos estamos más cerca de lo que llamamos felicidad o compromiso y responsabilidad con nosotros mismos ya que habremos tomado las rienda de nuestra vida, por cierto la única que tenemos...
  • ¿Porqué erróneamente tenemos esa necesidad?
Porque no sabemos hacerlo de otro modo. El condicionamiento al que hemos estado expuestos, no nos permite la valentía de expresarnos tal y como sentimos así, como tampoco nos permite hacer lo que realmente nos apetece. Preferimos quedarnos en el lado seguro, no destacar si no es para algo garantizado, algo que muy probablemente nos va a salir bien. Sentimos en nuestro cogote los ojos sociales que nos evalúan constantemente y no podemos defraudarlos, no podemos ser quienes somos realmente, no nos queda otra que ser lo que  pensamos que quieren los demás , o eso creemos...
  • ¿Cuáles son las consecuencias?
Nos volvemos inseguros, ello hace que nuestro autoconcepto y autoestima vayan a la deriva dudando constantemente de nuestras decisiones y elecciones. Perdemos la capacidad crítica, perdemos la capacidad de pensar por nosotros mismos, nos situamos dentro de un círculo que vamos estrechando cada vez más, dejamos de reinventarnos, de soñar, de crear, dejamos de vivir plenamente para pasar nuestra vida segura, monótona, aburrida, esperando no hacer nada que pueda mellar nuestra falsa felicidad y seguridad y lo que es más terrible de todo ello, nos lamentamos por nuestra patética vida y culpamos a los demás y a la vida misma por no habernos dejado ser, por no habernos dejado hacer. Es en sí mismo un sin sentido, un chiste de mal gusto del que encima nos reímos y acabamos diciéndonos entre risas:- y yo que puedo hacer... 

Fuente: Ana Balanzá

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