miércoles, 18 de febrero de 2015

Atribución del estado de ánimo


La respuesta hacia nuestro estado de ánimo, en ocasiones la atribuimos a los comportamientos de las personas que nos rodean, es decir, si un compañero de trabajo nos hace un comentario desagradable, si alguna persona no nos saluda andando por la calle, si alguien nos pide algo que no nos parece oportuno, pensando que lo puede hacer él mismo.... Sentimos que por "culpa de los otros" estamos sometidos y que nuestro entusiasmo, decaimiento o enfado es responsabilidad de nuestro entorno.

Esto de alguna forma nos suele pasar a todos, pero la importancia recae en marcar los límites hacia nuestra persona, pero no de los demás, sino de nosotros mismos.

Es lógico que a nadie le guste escuchar críticas sobre su trabajo, que se le cuestione su rol social o que simplemente tenga que aguantar el mal día de un compañero... Por supuesto suelen afectarnos todas estas circunstancias que nos podemos encontrar a diario. No obstante ninguna de ellas debería cambiar nuestro estado de ánimo, ya que todas  forman parte de las relaciones que mantenemos con el entorno y por lo tanto, debemos aprender a marcar el límite de afectación de cada una de ellas.
Que un compañero de trabajo tenga un mal día no significa que nosotros también lo tengamos, que se critique nuestra forma de trabajar es algo que necesita argumentos, y de no tenerlos o no ser un crítica constructiva no nos ayuda, por lo tanto no sirve, que alguien no nos salude por la calle, no significa que no nos quiera saludar o que no encajemos socialmente, quizás simplemente no nos ha visto o no tiene un buen día, aunque nosotros sí lo tengamos.
La interpretación de las conductas de las personas que nos rodean es lo que en muchas ocasiones hacen que tengamos una mala interpretación.

Si nosotros como seres individuales y responsables de nuestros actos y pensamientos, caemos en la fácil resignación y atribución que dependemos de los demás para estar de buen o mal humor, es porqué no nos hemos construido tan responsables y autónomos como nos habíamos pensado.

Ana Balanzá Gómez